Quizás la fecha más importante del siglo XX español fue el 6 de diciembre de 1978. Ese día, en una jornada pacífica y sin duda emocionante, el pueblo español no sólo marcó un hito que ha sido reconocido como uno de los grandes ejemplos en el modo de transitar de una dictadura a una democracia y que sirvió de referencia para numerosos procesos en América Latina y Europa del Este, sino todavía hoy, es una inspiración para las nuevas olas democratizadoras de nuestro entorno mediterráneo. El 6 de diciembre fue, sobre todo, el colofón a años de diálogos, complicidades, difíciles negociaciones, duros padecimientos y cesiones generosas por parte de todos para construir un marco común de convivencia. Son innumerables los gestos que a todos se nos vienen a la memoria al recordar la intensidad de esos años y que hicieron posible llegar a un texto en el que todos cabíamos y no se excluía a nadie. Los ciudadanos así lo reconocimos apoyando masivamente un proyecto que se presentó a consulta popular, y que desde los más de 2 millones de votos de Barcelona -la provincia que más votos aportó a la Constitución- hasta los 17.000 de Melilla, que por lógicas razones demográficas fue la menor en número de apoyos al texto, contó con el respaldo masivo en todos los rincones del país.
La Constitución, a través de un delicado equilibrio, resolvió problemas que desde hacía más de doscientos años habían sido motivo de profunda e incluso violenta división en nuestro país. Todos recuperamos las libertades. Los republicanos cedieron y se aceptó la monarquía constitucional como forma del Estado. Los centralistas cedieron y se aceptó el modelo de un Estado de las autonomías flexible que reconoce y ampara los derechos históricos. España dejó de ser un Estado confesional aunque el hecho religioso se reconoció como elemento enriquecedor. El modelo económico de libremercado se hizo compatible con un compromiso expreso por el desarrollo de un Estado de bienestar. Las diferentes lenguas del Estado obtuvieron el mismo reconocimiento oficial en sus comunidades autónomas que el español.
Todo ello, bajo un preámbulo que proclama que la nación española, en su deseo de establecer la justicia, la libertad y la seguridad, garantiza la convivencia democrática dentro de la Constitución y las leyes. Todavía hoy, 34 años más tarde, las palabras del viejo profesor, Tierno Galván, siguen siendo una guía inspiradora para interpretar el sentido de nuestra Carta Magna. En esencia, acordamos en lo fundamental para poder discrepar libremente.
Gracias a lo que se hizo entonces, y a pesar de las dificultades del momento actual, en esencia la España de 2012 es mucho más fuerte y sólida que la de 1978. El Estado de las autonomías ha sido clave para desarrollar la sociedad moderna y avanzada que somos hoy en día. Además, el proceso de consolidación democrática impulsado por el texto de 1978 ha permitido a España abrirse a Europa y al mundo. En los últimos 34 años, España se ha acreditado como una pieza esencial del proceso de integración europeo siendo fundadora del euro, miembro activo de la Alianza Atlántica, destacado actor de la comunidad iberoamericana y participante permanente en el G-20.
Todos estos avances en el plano nacional e internacional deben hacernos valorar el impulso que la Constitución supuso y supone para el país. En el marco constitucional de convivencia cabe todo, todos nos podemos sentir protegidos e identificados y desarrollar los proyectos personales y sociales que deseemos. En esta libertad radica la diversidad, la creatividad y la pujanza que han llevado a España a dar un giro tan sorprendente en estas tres décadas y media.
La Constitución es una realidad viva y no un logro sepultado por los nuevos tiempos; es una referencia de convivencia que servirá para superar los retos que encara España ahora y en el futuro. Deseo larga vida a nuestra Carta Magna y ninguna lápida de nuevo cuño clausurará su intrínseco carácter abierto. Su espíritu de concordia y libertad, el respeto a las reglas que entre todos nos marcamos y el fortalecimiento de la estructura institucional en ella instaurada creo que son las mejores bases para seguir construyendo esta España plural de bienestar y progreso que queremos para todos.
Más de tres décadas después, podemos afirmar que la voluntad que entre todos consagramos en nuestro texto constitucional nos ha permitido gozar de la mayor etapa de paz y bienestar que se recuerde en nuestros cinco siglos de historia. La arquitectura que tejimos para España con la Carta Magna ha supuesto un logro social, económico, político y cultural innegable reconocido más allá de nosotros mismos.
Si en 1978 los dirigentes políticos y la sociedad civil dieron lo mejor de sí mismos para llegar a un entendimiento histórico, esa sigue siendo, a mi juicio, la mejor lección de uno de esos momentos estelares de la historia de nuestro país.
La Constitución, a través de un delicado equilibrio, resolvió problemas que desde hacía más de doscientos años habían sido motivo de profunda e incluso violenta división en nuestro país. Todos recuperamos las libertades. Los republicanos cedieron y se aceptó la monarquía constitucional como forma del Estado. Los centralistas cedieron y se aceptó el modelo de un Estado de las autonomías flexible que reconoce y ampara los derechos históricos. España dejó de ser un Estado confesional aunque el hecho religioso se reconoció como elemento enriquecedor. El modelo económico de libremercado se hizo compatible con un compromiso expreso por el desarrollo de un Estado de bienestar. Las diferentes lenguas del Estado obtuvieron el mismo reconocimiento oficial en sus comunidades autónomas que el español.
Todo ello, bajo un preámbulo que proclama que la nación española, en su deseo de establecer la justicia, la libertad y la seguridad, garantiza la convivencia democrática dentro de la Constitución y las leyes. Todavía hoy, 34 años más tarde, las palabras del viejo profesor, Tierno Galván, siguen siendo una guía inspiradora para interpretar el sentido de nuestra Carta Magna. En esencia, acordamos en lo fundamental para poder discrepar libremente.
Gracias a lo que se hizo entonces, y a pesar de las dificultades del momento actual, en esencia la España de 2012 es mucho más fuerte y sólida que la de 1978. El Estado de las autonomías ha sido clave para desarrollar la sociedad moderna y avanzada que somos hoy en día. Además, el proceso de consolidación democrática impulsado por el texto de 1978 ha permitido a España abrirse a Europa y al mundo. En los últimos 34 años, España se ha acreditado como una pieza esencial del proceso de integración europeo siendo fundadora del euro, miembro activo de la Alianza Atlántica, destacado actor de la comunidad iberoamericana y participante permanente en el G-20.
Todos estos avances en el plano nacional e internacional deben hacernos valorar el impulso que la Constitución supuso y supone para el país. En el marco constitucional de convivencia cabe todo, todos nos podemos sentir protegidos e identificados y desarrollar los proyectos personales y sociales que deseemos. En esta libertad radica la diversidad, la creatividad y la pujanza que han llevado a España a dar un giro tan sorprendente en estas tres décadas y media.
La Constitución es una realidad viva y no un logro sepultado por los nuevos tiempos; es una referencia de convivencia que servirá para superar los retos que encara España ahora y en el futuro. Deseo larga vida a nuestra Carta Magna y ninguna lápida de nuevo cuño clausurará su intrínseco carácter abierto. Su espíritu de concordia y libertad, el respeto a las reglas que entre todos nos marcamos y el fortalecimiento de la estructura institucional en ella instaurada creo que son las mejores bases para seguir construyendo esta España plural de bienestar y progreso que queremos para todos.
Más de tres décadas después, podemos afirmar que la voluntad que entre todos consagramos en nuestro texto constitucional nos ha permitido gozar de la mayor etapa de paz y bienestar que se recuerde en nuestros cinco siglos de historia. La arquitectura que tejimos para España con la Carta Magna ha supuesto un logro social, económico, político y cultural innegable reconocido más allá de nosotros mismos.
Si en 1978 los dirigentes políticos y la sociedad civil dieron lo mejor de sí mismos para llegar a un entendimiento histórico, esa sigue siendo, a mi juicio, la mejor lección de uno de esos momentos estelares de la historia de nuestro país.